“Conocen alguna persona que siempre esté dispuesta?, de esa gente que siempre está lista para dar una mano, esa gente que nunca te va a decir que no, esa gente que es incondicional?? ahh, vos sos una de esas personas!!
Si, se te nota de lejos! para vos es normal, pensás que nadie lo nota, pero nosotros, los demandantes a tiempo completo, te vemos, te olfateamos, desde el otro lado del planeta si es necesario… sabemos que sos un ayudador que no puede con su genio, y allá vamos, a pedirte: tiempo, dinero, atención, comida, agua, sexo, cuidados, lástima… vamos en postura de drama y desesperación, sabemos que no podrás resistir, y que vas a ceder.
Sabemos que sentirás pena, sentirás que te corresponde ayudar a esta pobre gente, a este séquito de almas en pena… y así, chuparemos tu sangre, tu reloj, tu billetera, secaremos tus jardines. Nosotros nos iremos aliviados, bajo el sol de la tarde, y vos, vos te quedarás ahí, vacía y remota, Quizás te sientas bien un rato, sintiendo que has hecho tanto por nosotros, ya te hemos dicho lo bien que nos hace tu presencia, tu generosidad, que por favor nunca cambies, que queda poca gente como vos…”
Ese efecto embriagador del elogio quizás dure un rato, pero más tarde o más temprano llega el vacío. Y lo dulce, se vuelve amargo.
Esto es lo que vengo viendo, año tras año en mi consultorio. Escuchando el dolor de tantas personas, víctimas de su propia compulsión a ayudar, sufriendo por no saber decir que no, a veces sin darse cuenta que están al límite, que ya no pueden, pero son incapaces de registrarlo, -para los otros siempre hay, por otros siempre es posible-, hasta que caen… en depresión, o caen, literal, de un golpe, o por un accidente (que de accidental tiene poco); caen en bancarrota, caen de rodillas con una angustia extrema… de uno u otro modo, caen.
Hace algunos meses que vengo hablando de esto, tanto aquí, como en mis redes y en mis cursos, es que realmente me parece que muchas personas no son plenamente conscientes de en qué medida, su ayudar a otros, más allá de agotarlos y llevarlos al extremo de la extenuación, enmascara muchos de sus propios miedos, carencias, culpas. Muchas veces, el ayudar a otros puede funcionar como el último recurso, desesperado y ciego recurso, para no ayudarse a mi mismas, para no atender a sus necesidades, para no hacerse cargo de su propia vida.
Las personas que ayudan de un modo desmesurado, sienten que si niegan la ayuda, son malas. Es obvio, pero hay que decirles: No, no sos mala, o egoísta, no sos tacaña o materialista, no… sos simplemente una persona, como todas, con limitaciones y carencias, como cualquier gente. Y el poder decir que NO es reflejo de esa humildad, del reconocimiento de esa finitud, de tu humanidad.
Es que no sos especial, especial es el título que te ponen los que te adulan, para que sigas siendo funcional. O si te resuena más, es que todos somos especiales.
No siempre tenés que ser la buena de la familia o del grupo, no tenes que ser siempre la que juegue el mismo rol, la que todos vean como el centro de beneficencia del clan, o el confesor del barrio y aledaños.
Hay un mantra que quisiera compartirte, una frase que es la llave para una vida nueva, una reliquia, y es muy sencilla, dice así:
-No hay más-
(… ahh, suena como los dioses).
– No tengo más, se me acabó…- el tiempo, las ganas, el amor, la paciencia, la buena onda, la simpatía, el sí fácil, el “dale, si no me cuesta nada”.
Si la ayuda es desproporcionada, si el intercambio pierde el equilibrio, no importa cuánto sea el amor, el cariño o el interés, la relación acabará quebrándose.
A veces no podes ayudar, aunque puedas, no podés porque no te corresponde, porque no le sirve al otro, porque te desgasta, aunque casi ni lo notes.
La ayuda que no ayuda, es cuando hacés de más, con tus hijos cuando haces lo que ellos podrían hacer por sí mismos, haces de más por esa amigas cuando siempre la escuchas pero nunca queda tiempo para que te escuche a vos, das de más cuando te quedas después de hora en el trabajo, esas horas que nadie te paga, que nadie te reconoce, dás de más en una pareja cuando lo mantienes, económica o emocionalmente. Haces de más por tus padres o por tus hermanos, cuando los asistes como si estuvieras por encima de ellos.
Hacer de más es una trampa. Es un autoengaño. Es el tipo de ayuda que te va a dejar vacía, que te puede aniquilar el corazón y acabar volviéndote una persona amarga y triste, porque a la larga sentirás resentimiento, dolor, te irás convenciendo que el mundo es un lugar egoico y hostil, donde no existe la empatía y ya nadie piensa en otros…. excepto tu.
Generarás soledad, porque habrás aprendido a mantener solo relaciones nutricias, donde eres la única o el único que da, que sostiene, y toda relación acaba rompiéndose bajo esa estructura. Nada prospera a la sombra de un desequilibrio tan grande.
Te invito a que te observes, sin juzgarte, solo observarte. Te invito a que mires, con amor, cómo te vinculas, y si acaso, sería tiempo de un cambio.
De ir hacia relaciones más sanas, más fértiles, donde se parezca más al 50 y 50, a un ida y vuelta generoso y suficiente. Quizás debas aprender a pedir, a tomar lo que necesitas, quizás debas ejercitar por largo tiempo las frases que te contaba mas arriba, quizas debas cambiar vos para que algo cambie allá afuera… porque ellos, los que siempre piden, ellos no van a cambiar.
Siempre lo digo, los cambios son procesos, no hay magia en esto, es iniciar un camino de transformación personal, no es fácil, no es rapido, pero te aseguro que vale la pena. Darte cuenta que estás incómodo ya es un primer paso, enorme, solo la gente que está incómoda se mueve.
Te invito a recorrer ese camino, a aprender a Dar lo mejor de vos, sin que en eso se te vaya la vida. Todo lo contrario.
Muchas gracias me encanto. Estar incómodo es lo mejor para movernos…lo reconozco y sigo reacomodandome.
La incomodidad es sabia… que te lleve lejos, siempre por los mejores caminos!!